¿Por qué he acabado usando mi iPad Pro de 13” como si fuera un portátil? La culpa no es de Apple, ni de iPadOS, ni de la IA. La culpa es de un vaso de agua con gas. Estaba trabajando con el MacBook en una cafetería, como tantas veces, el vaso demasiado cerca del teclado, un gesto tonto y medio vaso dentro del portátil. Lo sequé rápido, lo dejé “respirar” y, en apariencia, todo siguió funcionando. Hasta que empecé a hacer videollamadas y grabar audios: el micrófono interno quedó tocado. Y ahí el Mac dejó de ser cómodo como equipo principal. Ese día, sin querer, empecé a convertir el iPad Pro 2024 en mi verdadero portátil.
La verdad que me sorprendió que después del estropicio siguiese funcionando el Mac pero bueno, os cuento como he configurado el iPad para usarlo como un Macbook.
TOC
El iPad Pro de 13 pulgadas con chip M4 llevaba tiempo conmigo. Lo usaba para leer, apuntes, algo de YouTube, revisar documentos, preparar clases… lo típico. Una tablet muy buena, pero en mi cabeza seguía siendo “el apoyo”, mientras el MacBook era “el ordenador de verdad”. Hasta que el micrófono del Mac dijo basta.
¿Podía seguir usando el MacBook? Sí. ¿Me compensaba montar siempre micros externos, comprobar entradas de audio y hacer malabares para cada clase o reunión? No. Y la realidad es que en la mesa tenía al lado un iPad Pro nuevo, con una pantalla espectacular, mucha potencia y un Magic Keyboard que, bien usado, se parece bastante a un portátil. Así que decidí probar en serio: si iba a hablar de productividad, IA y tecnología, qué menos que testear a fondo si se puede usar un iPad Pro como sustituto de un MacBook.
Si quieres trabajar con el iPad como con un portátil, la mesa importa. No es solo “enchufo un teclado y ya está”. En mi caso, el corazón del escritorio es un hub USB-C de los típicos de Amazon, con HDMI, varios USB y alimentación. Del iPad sale un único cable USB-C hacia el hub y, a partir de ahí, todo cuelga de esa pequeña caja.
Al hub conecto el monitor externo por HDMI, el teclado, el ratón y algún accesorio extra cuando hace falta. Incluso la alfombrilla gaming tiene su sitio fijo en la mesa, porque al final yo quiero escribir y navegar con la misma comodidad que en un sobremesa o un portátil bien montado. Para que todo eso no se convierta en una ensalada de cables, uso una cajita de organización donde “escondo” los sobrantes. Visualmente la mesa queda limpia: monitor, iPad Pro, teclado, ratón y poco más.
El iPad Pro no está tirado plano sobre la mesa. Uso una base regulable (la típica que antes usaba con el portátil) que tiene una columna y una bandeja arriba. Antes ahí vivía el MacBook. Ahora va el iPad con el Magic Keyboard puesto, que para mí es su funda, no un accesorio ocasional. Abro el Magic Keyboard, ajusto la altura de la base, y la pantalla del iPad queda alineada con el monitor externo. Literalmente, se ve como si tuviera un portátil elevado al lado de una pantalla grande, solo que el cerebro de todo es la tablet.
¿Se nota que no es un Mac? Sí y no. Para tareas de marketing, SEO, Analytics, Google Ads, WordPress, correo y ChatGPT, la potencia del iPad Pro va sobrada. Tengo monitor grande, teclado completo, ratón, silencio absoluto y cero ventiladores soplando. En ese contexto el iPad no se queda corto.
Las diferencias importantes respecto a un MacBook en escritorio son otras. La batería del iPad aguanta bien, pero no llega a la autonomía de un MacBook Air con un uso similar y pantalla grande. Y el verdadero “reto” no está en el hardware, sino en iPadOS: cómo gestiona Safari, cómo mata pestañas, qué hace con la multitarea. Eso es lo que hay que domar si de verdad quieres usar el iPad Pro como portátil.
Cuando salgo de casa el esquema se simplifica. El iPad Pro vive siempre dentro del Magic Keyboard. No lo quito para nada. Es la funda y el teclado todo en uno. Si me voy a clase, a una reunión o simplemente quiero trabajar en una cafetería, desconecto el cable del hub, cierro el iPad y lo meto en una funda acolchada que va directa a la mochila.
La sensación al abrirlo en una mesa de bar o en una mesita pequeña del patio es muy parecida a la de un portátil… pero con dos ventajas claras: pesa menos y ocupa menos fondo en la mesa. La pantalla de 13 pulgadas se ve de lujo, el brillo y la calidad son muy buenos y el sonido integrado es más que suficiente para vídeos, clases o llamadas. En una terraza con una mesa enana, o en un sofá con una mesa baja delante, ese tamaño reducido se agradece mucho más de lo que parece.
La parte menos bonita es la batería: si lo comparo con un MacBook Air, el iPad se la bebe antes en jornadas largas de trabajo intenso. No es dramático, pero hay que tenerlo en cuenta. Para mí, el equilibrio compensa: prefiero cargarlo algo más a menudo a cambio de esa flexibilidad de abrirlo literalmente en cualquier sitio sin sentir que llevo “demasiado equipo” encima.
Vamos a lo que realmente me estaba haciendo dudar del experimento: Safari y la gestión de memoria en iPadOS. Si estás leyendo esto porque quieres usar tu iPad Pro como portátil, seguramente te habrá pasado algo parecido.
Estaba trabajando con pocas pestañas abiertas, nada exagerado: WordPress, alguna herramienta, ChatGPT, algo de correo. Cambiaba a otra app, volvía a Safari y la pestaña se había recargado. Formularios vacíos, sesiones reiniciadas, textos medio escritos que pasan a borradores o simplemente desaparecen. El típico comportamiento de un sistema que decide liberar memoria sin preguntarte si te viene bien.
En mi caso, había un “culpable” claro que estaba empeorando todavía más la situación: el bloqueador de contenido de Safari, AdGuard (el AdGuard de turno que todos instalamos alguna vez). Desde que lo instalé, el iPad iba raro. Desde que lo he quitado, el cambio ha sido brutal. Safari se comporta mucho mejor, las pestañas aguantan más tiempo, y la sensación de “se me está cerrando todo el rato” ha bajado varios niveles.
Además de desinstalar AdGuard, he cambiado el enfoque: Safari ya no es el centro de todo. Lo trato como una herramienta más. Lo uso, sobre todo, para WordPress, alguna herramienta que solo tiene versión web y ciertas consultas puntuales. Todo lo demás que uso a diario para trabajar se ha ido a apps nativas.
Ejemplos concretos:
Todo lo que sea uso recurrente, diario o casi diario, va en app. Todo lo que es puntual (Booking, por ejemplo) ni siquiera lo tengo instalado. Si tengo que mirar algo, abro la web y listo. No quiero convertir el iPad en una copia del iPhone llena de iconos que uso una vez al mes. Eso reduce ruido y, sobre todo, carga sobre el sistema.
La otra gran pata para usar el iPad Pro como portátil es cómo configuras la multitarea. No es lo mismo tener el Organizador Visual (Stage Manager) encendido, que trabajar con apps a pantalla completa o con apps en ventanas. Aquí cada uno tendrá su gustos, pero te cuento mi configuración, que está pensada justo para parecerse lo máximo posible a un MacBook.
En Ajustes → Multitarea y gestos he dejado activada la opción de apps en ventanas. El Organizador Visual lo tengo desactivado. El modo apps a pantalla completa, también fuera para el uso de escritorio. Dentro de apps en ventanas, solo tengo marcadas dos opciones:
Todo lo demás lo he deshabilitado. No quiero más capas de “magia” ni comportamientos raros. Quiero que las ventanas hagan lo mínimo necesario y que el Dock se comporte de forma predecible.
Una de las cosas que más me molestaba al principio era ver desaparecer el Dock todo el rato. En un Mac puedes dejarlo fijo y ya está. En iPadOS no hay un botón que diga “no lo escondas nunca”, pero sí puedes jugar con las ventanas para que, en la práctica, el comportamiento sea casi el mismo.
Lo que hago es trabajar con las apps en ventanas que no llegan a “pisar” la parte inferior de la pantalla. Las ventanas se quedan un poco más arriba, de forma que la zona donde vive el Dock queda libre. Con esa combinación (apps en ventanas + posición), el Dock se mantiene siempre visible. Es decir, yo tengo mis iconos abajo todo el rato, igual que en un portátil.
Para cambiar de aplicación, simplemente hago clic en el icono del Dock, como en macOS. Nada de gestos raros, nada de andar recordando “a ver si ahora toca deslizar desde la esquina” o similares. Cuando quiero ver el “escritorio”, hago clic en la zona libre de la pantalla, a la derecha o a la izquierda del Dock, y las ventanas se apartan lo justo como para ver las apps que tengo colocadas fuera.
Además de eso, he limpiado bastante la pantalla de inicio. He quitado widgets que no aportaban y que solo cargaban cosas en segundo plano. No tengo el iPad “cutre” visualmente: las animaciones siguen activadas y la interfaz se ve bien, pero sin ruido. En el Dock solo están las apps que uso cada día para trabajar. Nada de llenar la barra de iconos por capricho.
En el día a día, hay dos o tres cosas más que merece la pena mencionar si quieres usar el iPad Pro como un MacBook sin volverte loco. Una es el famoso teclado flotante. De vez en cuando aparece ese teclado pequeño flotando en mitad de la pantalla. No es un bug, es un gesto: si pellizcas el teclado con dos dedos, se hace pequeño y se despega de la parte inferior.
La solución es simple, pero conviene saberla: haz el gesto contrario, separa los dedos sobre el teclado, y vuelve a ocupar toda la parte de abajo. O usa el icono del teclado, elige “acoplar” y fuera problemas. No se puede desactivar para siempre, así que la estrategia real es entender cómo se activa y cómo se desactiva, y ya está.
El otro detalle es más mental que técnico: aceptar que iPadOS no es macOS. Si intentas que el iPad se comporte exactamente como un Mac, te vas a frustrar. Si entiendes sus reglas, y configuras multitarea, Dock y apps a su favor, la cosa cambia por completo. El mismo hardware, con otra configuración, se siente de repente mucho más “portátil” y mucho menos “tablet cara que hace cosas raras”.
Después de todo este proceso, puedo decir sin rodeos, y como usuario avanzando de Apple sí, se puede usar un iPad Pro de 13 pulgadas como portátil principal, siempre que estés dispuesto a configurarlo con cabeza. No es sacar la caja, enchufar un teclado y listo. Hay que pensar en cómo trabajas tú, qué apps usas de verdad y qué parte del sistema te está haciendo la puñeta.
En mi caso, el combo que ha funcionado es claro: escritorio con hub USB-C, monitor externo, teclado, ratón y el iPad Pro en una base elevada; Magic Keyboard siempre puesto para usarlo como portátil fuera de casa; apps nativas para todo lo que uso a diario (Analytics, Google Ads, Gmail, ChatGPT, etc.); nada de replicar todas las apps del iPhone en el iPad; y, sobre todo, fuera bloqueadores extra tipo AdGuard en Safari, que estaban causando más problemas que los anuncios que bloqueaban.
Con la multitarea en apps en ventanas, el Dock siempre visible y una pantalla de inicio limpia, el iPad se comporta de forma muy parecida a un MacBook en el día a día. ¿Sustituye al 100 % a un Mac para cualquier perfil? No. Hay trabajos y flujos donde macOS sigue siendo mejor opción. Pero si tu día gira alrededor de marketing digital, SEO, analítica, campañas, contenido y herramientas de IA, el iPad Pro 2024 puede aguantar perfectamente como equipo principal.
Si te estás planteando usar tu iPad Pro como un MacBook, mi recomendación como consultor y como usuario es clara: no te quedes solo en el hardware. El verdadero salto está en cómo configuras iPadOS, qué apps eliges y qué cosas decides no instalar. Ahí es donde un simple cambio de dispositivo se convierte en una mejora real de tu forma de trabajar.
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